Amigos de mis poemas...

martes, 20 de marzo de 2012

Néctar.

Hay un ruido aquí,
un golpeteo
de aguas grises
pasando,
la tierra desangrándose
entubada,
zapallos florecidos
en las riberas rotas
del asfalto,
flores naranjas
enormes trompetas
de azafrán,
trinos...
Y también están
los ladridos,
los motores
de la pus
que drena el averno,
un tintineo de codicia.
Y hay tantas ventanas
entre tú y yo
y tantos olores flotando,
a maquinas,
a ciudades vencidas,
a cuchillas de sal.
Y hay tantos otros
entre nosotros dos
que mejor sería no engañarnos,
ni siquiera buscarnos,
como si no existiéramos
o todo fuera mentira.
Pero te veo cayendo
de todos los reflejos
dónde el agua ha dejado su huella,
te veo saliendo
de mis hoyos vacíos,
eres el gusano dentro de la fruta
y yo...
tú durazno amarillo.



Mauricio Escribano.


La espera.

Claramente puedo esperar afuera,
aunque este lloviendo
y tú duermas dentro
un cansancio de píldoras
astilladas en tu vientre.
Aguardare en tu agonía
si es necesario,
el cielo mojará tu cama
la luna saldrá en tu cuarto de baño.
Cuando despiertes
serás otro espectro,
buscaras mi voz entre las sabanas,
pero yo estaré afuera,
esperándote.


Mauricio Escribano.


Alas mojadas.

Llueve desde que te fuiste,
los pájaros cantan de noche
como si algo sacudiera sus nidos,
tus pequeños aromas
quedaron para siempre
suspendidos,
no los lava ni la lluvia;
aliento a pájaro
a techos rojos
a arboles
a nidos.
Quiero saber
qué ha sido de ti.
¿Serás cosa muerta
o cosa viva?
Conecto el televisor
te busco entre los canales,
me olvido cigarrillos encendidos;
me olvido de todo
menos de tu olor,
a libros
a flores
a vodka,
no para de llover
desde que te has ido…


lunes, 19 de marzo de 2012

La palabra.

Tras aquellos arboles violáceos

que reciben al otoño,
y el argot de tus libros ajados
junto a la ventana;
hay un monte invisible
que jamás advertirías,
de no ser porque la muerte
te aguardaba.

La espiaste a través de un óculo
en la celosía del tiempo,
y le viste desnudas
las agujas amargas
de su océano helado,
asomándote a
desbastadores meridianos.

Atrapado quedaste,
impertinente,
en un limo de borrascas
tenebrosas,
que te alejaban
como a un péndulo,
sobre fosas insondables,
despiadadas.

Y cuando ya el horror
te desahuciaba,
precipitando su daga de hiel
en tu líquida quejumbre;
¡se tornó el naufragio
en umbría protectora,
y te abrazaba!

La misma muerte
te salvó de los sollozos:
"panal de ambrosía
era su trampa
de praderas misteriosas".

… Así, como un pequeño corcho,
invencible,
en medio de las olas grises,
nada podía hundirte...

Eras el propio tifón,
inamovible,
rugiendo en un mar
de savia.

No había distancias
ni abismos,
que te desmembraran
del trance gigantesco
con su oleaje de ultratumba;
la muerte,
era tu vida amplificada...

Estallido de amapolas
en el cráneo,
inhóspito crujir de cadenas;
alborotando la dicha más diáfana,
alcanzando
la luz más recóndita.

Mientras un “yo”
huero e invengable,
se diluía
en un mar
de truenos,
tú pisabas sereno
la orilla del Monte…

Mauricio Escribano. 



sábado, 17 de marzo de 2012

El Hambre.


Oculto en el tabernáculo
de mi desamparo,
huerto de mármol,
he colocado un pez
sobre la roca marina,
lo he ungido con el aceite
de tu ofrenda,
y ahora aguardo escondido
en un rincón de tu templo,
hasta que levantes la cabeza
para verme.

Mi sepulcro está listo,
cada día he cavado
en mi desmedro,
una palada de tierra,
como aprendí
de unos monjes errantes.

La morada desciende
en la grava,
hasta dónde emerge
el agua subterránea;
solo dejaré una laja,
y un nombre
coronado de hojarasca.

Aquí me quedaré,
aquí acamparé,
esperando hasta que tu Voz
me desmaye, o tu camino
se abra adelante.

Me pongo en tus manos,
Fuente de toda Hermosura
Padre de todos
los padres.

Mauricio Escribano.



María de los puertos.

La noche anciana
siembra mis sueños,
y en su seno,
la luna se desliza desnuda,
cubriéndose apenas de nubes
ondulantes como algas…

Volvemos a puerto,
el viejo que teje las redes
ya ve llegar la barcaza,
desde sus ojos acuosos,
mientras sigue labrando
las tramas del abismo.

En la bodega oronda,
otras manos bregan
con pieles gelatinosas,
órganos destripados,
peces sorprendidos
de estremecimiento.

Fuimos entrando
en la pequeña bahía,
azotados por las olas,
y cantando como locos
con un viento de popa.

...Solo un poco más,
y estaré inclinando el vaso
para escaciar un vino afable...

… un poco más,
para verte, para comprarte
esta noche de verano,
con su aroma a espirales encendidos,
y escuchar a las ranas
cantar un mantra al infinito…

… un poco más,
para morder tus labios carnosos,
y beberme a besos
tu cara de puta…

… un poco más,
para hundirme en tus brazos
y horadar tus orificios,
empapado en el sudor
de tenerte…

Otra vez,
pienso dormirme borracho
sobre tus pechos tibios,
los he soñado
en alta mar,
suspendido en el oleaje
de tu respiración…

Eran sueños de sed,
igual que tu,
me abandonaban
con las primeras luces
de la madrugada…

... Solo un poco más,
para un sueño
que se me escurrirá
entre los dedos
como un pez,
lo sé…

... un poco más,
y será de nuevo imposible
apoderarme de ti;
eres agua sin dueño,
como el mar abierto,
y a cualquiera te entregas
María de los puertos…


Mauricio Escribano.
 




Eterna permanencia.

La ciudad quedó vacía,
la gente levantó velas
escapando del temblor
que llegó desde oriente.

El silencio echó sus sondas,
y las calles despobladas,
se convirtieron en pasajes,
indagados por el aire apacible
de los días ya sin prisa.

En los edificios del centro,
invencibles como estalagmitas,
se hospedaban los recuerdos.

Las flores y las plantas
salieron de las casas,
poblando aquella ausencia prodigiosa,
dónde reverberaba la vida.

Las noches caían
como lámparas de fuego,
y los días se escurrían
como serpientes del desierto...

Nadie supo que suerte
corrieron los humanos,
quizás algún pájaro
retornó a ellos
con una ramita de olivo...

Pero cada mañana,
el sol en la cumbre del alba
clavaba su pico en la noche,
y el fulgor del rocío intacto,
agradaba a la tierra.


Mauricio Escribano. (viejos poemas)




Un cuerno rojo.

En el sacerdocio
de mi soledad
me llega la hora
de probar
mi propia sangre.

El sorbo amargo
quema mi garganta
y aparto la copa
de mis labios.

Un cuerno rojo
emerge y se hunde
en un mar
de nubes negras
más negras que la noche.

Ni una estrella ha quedado en pie
sordos destellos
azotan las altas cumbres
ocultas en la tiniebla.

A oscuras
tragado por entero
las luces del pueblo
brillan como diamantes
en el fondo de un pozo ciego.

Solo el llamado de los grillos
se escucha clarito
dentro de este féretro.

Cuando vuelva a estar vivo
iré a ponerles claveles rosas
a todos los muertos…


Mauricio Escribano.




viernes, 16 de marzo de 2012

Calles que se abren...

Camino solo
las calles dan vueltas
los pies se van de mí por su cuenta
las calles los conducen por inviernos
que jamás he visto.
Pero en tardes azules como éstas
uno se deja llevar a la deriva
por las calles que se tuercen…
Me sigue un perro alcohólico
seguidor también de sulkys y tranvías
rastreador de sensaciones
guardián de la trasnoche
ataca pesadillas.
Suenan los tambores y platillos
comparsa de asperezas
renacida en los barrios de provincia
mi perro camina en dos patas
cuando la música lo abraza
me lo robé de un circo.
Sólo extraña al mono
el único amigo que tenía
un mono con el corazón destrozado
borracho como él
vestido de hombre.
Me dan ganas de volver al circo
y llevármelo conmigo
pero seguro que se han ido
ya estarán muy lejos.
El sol se hunde en mis clavículas
sin decir una palabra
pasa una potra y se le transparenta el vestido
mi perro le sonríe
yo la converso
se tensa el crepúsculo
las veredas dan vueltas
ella cae rendida a mis pies
que caminan por su cuenta.
Mi perro la huele
ella lo acaricia
nos vamos los tres.


Mauricio Escribano.


Muy muy, muy lejos...

Ven aquí,
déjate llover entre mis brazos,
sobre mi pecho,
descarga tempestades a mi oído;
tu piel es mía,
con todos sus rubíes,
y esos ojos turbios por el fuego
que he encendido.
Te vi amamantando nuevos hijos,
el último lo tuviste con un preso,
desquiciada compasión
en la visita higiénica.
Te sé mordiendo mi pene
a besos, sin que le importe nada
a tu amor de desgraciada,
ni mi mujer, que te sonríe con desprecio.
Soy el sacerdote de tu sexo,
ese filósofo anal, al que le muestras
tus tatuajes clandestinos.
Cuando furtiva vienes a mí,
como un chorro que sale a ganar de caño,
y te olvidas cicatrices en mi cama.
Nunca te llevas nada, ni un puto sueño,
solo el placer rabioso de caer de mis entrañas,
de asomarte a la ventana de mi cautiverio,
para quedarte más ciega que antes;
y beberte mi whisky hecho de sesos.
Bien bonita que te pones,
la modelo que te dicen en el barrio,
a ti, con quien debutan los menores.
Un día de estos, he de agarrar el auto,
y fugarme con tu sonrisa de niña, de ángel,
muy muy, muy lejos…


Mauricio Escribano.







Tu ventana...

Estas caída sobre
la ventana de piedra,
tu pelo flota inmóvil,
y eres aún más bella
cuando sueñas
con el desencanto;
y tus manos,
atriles de mi amor,
rozan pequeños recuerdos,
diminutos guijarros.

Casi nada queda de mi
cuando te veo así,
todo lo mío se va contigo,
y navego solo
la noche astillada de estrellas;
rumbo a tus contornos
en mi bicicleta.

No puedo dejar
de adorar tu tristeza,
ni tus ojos a punto
de llorar,
lagrimas de miel
que nunca caerán.

Quedarán guardadas
en la luz de la mañana,
cuando altiva y grácil,
abras la ventana.

Y tras el roció 
silente de mis pasos,
llegando temprano
sin decirte nada,
ramos de sol
te llevaré en mis brazos.

Mauricio Escribano.


Mi viejo poema de amor, Abril de 1988... para Ruth

Era una tarde muda,
me alcanzaba
para un vino amarillo,
y lo bebí despacio,
como a el ámbar de un sueño.

Ebrio de calles desconocidas
deambulé explorando la nada,
echando raíces
en el círculo de la soledad,
para invocar de nuevo su amor.

La extrañé tanto,
con ganas de cruzármela
ahí mismo,
y entrelazarnos para siempre
en un infierno
de fulgor aterciopelado;
que al mirar a través
de las ventanas del Abasto,
me parecía verla,
entre muebles recónditos,
que despiden olores tristes
y se pudren a la deriva.

Caminé por veredas angostas,
atraído contra paredes porosas
dónde el pasado anida en lo eterno;
concibiendo que sus ojos
también me contemplaban…

Pero las puertas
de ese barrio de coral,
eran bocas que no hablaban,
labios que ya no besaban,
esperando que llueva,
haciendo historia
en el silencio.

Ya la tormenta perfumaba el aire
cuando pronuncié su nombre
con la voz entrecortada;
el cielo, ese antiguo abismo
del destino,
abrió su Libro Sagrado,
y lo que estaba escrito
llovió sobre mi desolación
y el empedrado.

Volví sobre mis huellas
cautivo en la existencia,
con ganas de llorar
eternamente;
de llorar, en alguna esquina
oscurecida por el tiempo,
hasta que este amor
me encuentre.

Mauricio Escribano. (viejos poemas)


La libertad.

Estuve encerrado
en el cuadrado
de un manicomio,
y de entre todos
los locos,
yo era uno
vestido de purpura,
que se creía el Hijo de Dios.
Pero el Cristo
me gritó como a los necios
desde una nube rojinegra:
"Mira lo que has hecho,
desamparado seas
desde hoy"…
Y cuando me dieron
el alta,
gracias al furioso Milagro,
vi que era
solo un niño desnudo,
con las manos vacías,
en medio del campo…


Mauricio Escribano.


Terrenos Aéreos...

El aeropuerto es suntuoso,
una maravilla moderna;
sobre su dorso
el sol tiene un brillo nuevo,
metálico,
y el cielo es un mar de turquesas
que golpea los ojos.
Los aviones reposan
como pájaros invencibles,
sobre lajas de arenas blancas
y sales marinas.
La brisa acaricia sus parpados,
mientras duermen y sueñan
que han visto a Dios en el cielo.
Son la doce y cuarto del medio día,
y para muchos este es el presente;
pero para mí,
es la visión de un futuro relumbrante,
al que no pude llegar nunca.
Miro por la ventanilla
con la lengua colgando al costado,
jadeando la cálida ironía,
cayendo hacia el piélago celestial
desde la joroba de una calle
insospechada.
Me he convertido en un personaje
excéntrico, arcilla mal cocida
en un letargo de penumbras.
Y sigo mi rumbo
por pasajes etruscos,
entre paredes
pintadas con sangre de toro,
y casonas antiguas,
que se pudren a la deriva,
tocadas por secretos epitafios
que aún no descifro…


Mauricio Escribano.




Solo esas flores…

I

Noches en jaulas
colores en la oscuridad
que se alumbran a sí mismos
ramo sin mano
flores a solas
insostenidas
se ofrecen
a mis ojos
que miran hacia adentro
detrás del telón negro
dónde no hay nada
solo esas flores
que esperan al actor
del otro lado
del averno.

II

Frágil lago de caramelo
plan solitario
en los calabozos del miedo
revestido de posturas
gasificado de pronunciamientos
envuelto en piel ajena
me veo y no me veo
perdido en la otredad
de un esbozo grotesco
parado sobre una mueca
forzada sonrisa sin pétalos
miel de ámbar corre por mis venas anchurosas
solo tengo que soltar la copa
dejar que se rompa
quemar el libro de los remordimientos
crear pájaros de ceniza
volando en círculos
libertarios…

III

Deshacer palabras
quitar la vista del punto
atestiguarlo todo
solo
liviano
a pie sobre el camino diminuto
acariciando la tierra
de las revelaciones infinitas
arrojo mi máscara
contra una piedra
aún no conozco mi cara
quizás sea un espejo
entre amapolas
creciendo
sobre sombras risueñas
que gritan mi nombre verdadero
hacia el sur
por donde los ángeles
entran
al mundo
cuando mueren…

IV

En la noche arcana
anclados a los sueños
bajo siete llaves
dormimos despiertos
esperando que el Sol
no salga nunca
por terror a vernos…


Mauricio Escribano.