Amigos de mis poemas...

viernes, 16 de marzo de 2012

El otro desembarco...

Le latía el ojo,
un arroyo sucio
corría en el suburbio,
al costado de su casa.
Lo escuchaba correr
con los parpados cerrados;
la barahúnda desagradable
de sus vecinos borrachos
vociferando en la vereda,
interrumpía por momentos,
la bella melodía
del agua podrida.
Atrapado con candados,
demacrado por el odio,
le molestaba
sobrevivir entre esa gente,
y solo era sociable por cortesía.
Temía convertirse
en otro mutante,
y acostumbrarse
a la nada gris,
a la peste,
que se rompía en su garganta
mutilándola.
No veía la hora
de estar a solas
con su ojo palpitante,
y el ruido de ese arroyo
que lo transportaba
a otro lugar,
el lugar con el
que sueñan todos
los ermitaños:
Bosques, montañas,
y arroyos florecientes,
que se deslizan
hacia un lago escondido...
Allí quería ocultarse
de la masa ignominiosa,
vulgar,
y de ese desprecio
que ya empezaba
a delatarlo.
De pronto vio una luz azul
que venía de abajo,
era fuego,
saliendo de sus manos
molidas,
voluptuosos remolinos,
turbulentos,
retorciendo el aire,
e incendiando
potestades invisibles
que lo acosaban impunes.
Bramo de cólera,
volaron astillas
del robusto cristal,
entró en el espacio
prohibido,
clavando sus hierros
en los dioses avaros.
Destrozo sus templos,
los arranco de cuajo
y se los colgó al cuello,
mientras los hacía bailar
a latigazos.
Yo seré Dios ahora,
y ustedes serán
hombres miserables
entre hombres miserables,
porque eso
han hecho del mundo!
Gritó el proletario…


Mauricio Escribano.


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