Amigos de mis poemas...

lunes, 19 de marzo de 2012

La palabra.

Tras aquellos arboles violáceos

que reciben al otoño,
y el argot de tus libros ajados
junto a la ventana;
hay un monte invisible
que jamás advertirías,
de no ser porque la muerte
te aguardaba.

La espiaste a través de un óculo
en la celosía del tiempo,
y le viste desnudas
las agujas amargas
de su océano helado,
asomándote a
desbastadores meridianos.

Atrapado quedaste,
impertinente,
en un limo de borrascas
tenebrosas,
que te alejaban
como a un péndulo,
sobre fosas insondables,
despiadadas.

Y cuando ya el horror
te desahuciaba,
precipitando su daga de hiel
en tu líquida quejumbre;
¡se tornó el naufragio
en umbría protectora,
y te abrazaba!

La misma muerte
te salvó de los sollozos:
"panal de ambrosía
era su trampa
de praderas misteriosas".

… Así, como un pequeño corcho,
invencible,
en medio de las olas grises,
nada podía hundirte...

Eras el propio tifón,
inamovible,
rugiendo en un mar
de savia.

No había distancias
ni abismos,
que te desmembraran
del trance gigantesco
con su oleaje de ultratumba;
la muerte,
era tu vida amplificada...

Estallido de amapolas
en el cráneo,
inhóspito crujir de cadenas;
alborotando la dicha más diáfana,
alcanzando
la luz más recóndita.

Mientras un “yo”
huero e invengable,
se diluía
en un mar
de truenos,
tú pisabas sereno
la orilla del Monte…

Mauricio Escribano. 



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