Estas caída sobre
la ventana de piedra,
tu pelo flota inmóvil,
y eres aún más bella
cuando sueñas
con el desencanto;
y tus manos,
atriles de mi amor,
rozan pequeños recuerdos,
diminutos guijarros.
Casi nada queda de mi
cuando te veo así,
todo lo mío se va contigo,
y navego solo
la noche astillada de estrellas;
rumbo a tus contornos
en mi bicicleta.
No puedo dejar
de adorar tu tristeza,
ni tus ojos a punto
de llorar,
lagrimas de miel
que nunca caerán.
Quedarán guardadas
en la luz de la mañana,
cuando altiva y grácil,
abras la ventana.
Y tras el roció
silente de mis pasos,
llegando tempranosin decirte nada,
ramos de sol
ramos de sol
te llevaré en mis brazos.
Mauricio Escribano.
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